7 mar 2012

MAÑANA SERÁ TARDE

 

No sé muy bien porqué tenemos la costumbre, casi diría yo la manía, de esperar alguna fecha señalada para abandonar hábitos inconvenientes, emprender actuaciones distintas o librarnos de fantasmas familiares. Según recientes estadísticas la mayoría de los ciudadanos comienzan sus regímenes de adelgazamiento los lunes, se proponen dejar de fumar a la vuelta de las vacaciones, deciden que en Semana Santa es buen momento para adquirir la costumbre de caminar al menos media hora al día y en Navidad aprovechan las últimas páginas de su agenda para programar los beneficiosos cambios de vida a los que deben someterse el próximo año. 

La verdad es que yo me pregunto si las estadísticas se fundamentan en la paranoia de nuestras buenas gentes o si, a causa de las estadísticas, están consiguiendo que todos estemos cada día más chiflados. Debo reconocer que no soy el mejor juez para este asunto. La estadística es parte fundamental de la economía de hoy y yo siento tal indignación por el zarpazo propiciado a la que en su día fuera tan hermosa disciplina, que desearía no tener que entrar en tratos con ella por el momento. 

Hace ya un montón de años, o sea los que ya no tengo, fue en positivo la rueda que movió el mundo. Hoy es, tristemente, el freno que nadie consigue desbloquear.

Con tantos avances de la técnica, que para mí tengo han propiciado, en parte, el retroceso de la humanidad, se nos ha olvidado todo lo que de bueno nos enseñaron en nuestra infancia y en nuestra juventud. Casi nadie hablaba entonces de macroeconomía ni de zarandajas. Para nosotros economizar era, nada más y nada menos, que administrar bien los escasos recursos de los que disponíamos. A los niños de aquellos tiempos nos daban, en el mejor de los casos, cinco pesetas los domingos y pare usted de contar. ¡la de cuentas que teníamos que hacer ante la puerta del Retiro para adquirir nuestra bolsa de chucherías integrada, más o menos, por diez caramelos "Saci", un cucurucho de pipas, otro de chufas, un chicle "Cheiw", un sobre sorpresa, diez cromos de "Bambi" y un trozo de paloduz!

Aún recuerdo el rapapolvos que me echó mi madre porque le cambié a una compañera de colegio mi goma de borrar "Faber" por una postal de Santander: "¡no os dais cuenta de lo que a tu padre le cuesta ganar el dinero...!". Es posible que no nos diéramos cuenta de que papá se levantaba el primero aunque hubiera estado traduciendo o trabajando en su libro, el que fuera, hasta el amanecer, pero les aseguro que por aquel entonces nunca consideré que aquellas noches, casi en vela, fueran penosas para él, porque si hay una imagen del sosiego, la satisfacción y el agrado ésa era la de mi padre sentado ante su mesa de trabajo, dale que le dale a las teclas de la Remington, con un "bisonte" mordisqueado entre sonrisas; mi madre leyendo o haciendo ganchillo a su lado; un disco de Cole Porter, de Turina o de Gershwin en el viejo gramófono de cuerda y yo, jugando en el suelo, intentando pasar desapercibida para que se olvidaran de mandarme a la cama.

Todos estos recuerdos han vuelto a mi mente,  con la carta de un viejo amigo de una población berlinesa que, tras la caída del muro de la vergüenza, tuvo que habituarse de la noche a la mañana a contemplar toda clase de opulencias, sin los medios adecuados para disfrutar de ella. Después de más de treinta años, fueron adaptándose como podían a ese cambio traumático de vida y costumbres. Los entonces niños son ya adultos a los que ha costado menos integrarse en esa rueda imparable del consumo, porque apenas recuerdan otra cosa. Los mayores, sabiendo que no tendrían el tiempo ni la capacidad necesaria para hacerlo, se aprestaron a vivir el día a día remendando, a fuerza de tesón, los mil y un descosidos y sin sentidos que durante cincuenta años les destrozó la vida.
  
En nuestra España, el cambio del concepto economía-ahorro por el de economía-poder adquisitivo no se produjo de forma tan drástica. Entramos en el llamado progreso piano-pianito y casi sin darnos cuenta. Los productos que hasta entonces nos habían "tentado" desde las emisoras de radio, eran casi, casi de primera necesidad y además, no podíamos verlos. Con la proliferación de escaparates rebosantes de artículos preciados y preciosos y la instalación en nuestros hogares de los primeros televisores, todo aquello nos entraba por los ojos una y otra vez hasta que el deseo de posesión se hacía irresistible. Al propio tiempo, comenzaba una bonanza económica y un desarrollo creciente. Aumentaban los salarios; los puestos de trabajo se multiplicaban. Europa no solo se acercaba a nosotros sino que como despertando de un mal sueño nos dimos cuenta de que: "Europa, c’est moi". Un viento de ilusión y progreso barrió ideologías, costumbres, modos de ser y formas de vida y toda la vieja España quiso dejar de ser diferente y convertirse en una joven nación tentada, cautivada, mordida y apresada por un nuevo becerro de oro: el consumo. Durante años las palabras más utilizadas fueron; ganar, aventajar, invertir, comprar, disponer, atesorar, gastar, disfrutar... competir. Más tarde se completó el cupo con otros conceptos dolorosamente preocupantes; derrochar, dilapidar, sobornar, estafar, prevaricar, despojar, corromper, malversar, robar...

Aquellos amigos de la Alemania del Este, tuvieron que pasar de la nada al todo sin preparación previa. Nosotros, parece ser que vamos a pasar del todo a la nada de la misma manera, y no cabe duda de que lo segundo es más peliagudo, porque a lo malo no es fácil acostumbrarse. No hemos elegido la fecha, el modo ni los medios de poner orden en aquel desconcierto. Como un castigo bíblico la crisis se ha encargado de ello, pero yo no sé si habían reconocido, antes de esta debacle, los síntomas de angustia, malestar, envidia y rencor a flor de piel, provocado por un macro materialismo que arrinconando valores se enseñoreaba de vidas y haciendas, provocando cada vez más insatisfacción, más odios contenidos, más discriminación, mala voluntad y deseos de venganza. 

Hace unos días alguien me preguntaba: ¿Cómo crees que va a terminar esta situación? Me pilló desprevenida porque últimamente vivo en un presente ocupado y preocupado que apenas me deja tiempo para meditar en lo que pueda ser de nosotros unos meses más allá pero, tras un fin de semana dándole vueltas al asunto, creo que lo que hemos sufrido ha sido una situación de guerra sin armas en la que no ha habido muertos, pero si infinidad de heridos económicos de mayor o menor gravedad. Dejemos de lamentarnos. Si seguimos buscando culpables nos reconcomeremos en nuestro afán de venganza, retrasaremos la solución y quizá mañana sea ya tarde. 

Desde tiempo inmemorial España fue una nación alegre y entregada, aun siendo un país de escaso salario y abundante tarea; de poco que comprar y mucho que soñar, y en el que la mortalidad infantil, las pestes, las batallas o la emigración paliaban con crueldad el problema del hambre en la población. Tiempos después, mediado el siglo XX, la sociedad española supo salir de una guerra feroz y fratricida; de la miseria, y posteriormente, de cuarenta años de aislamiento y dictadura. Sí superamos esos infiernos, ¿A qué echar ahora las campanas al vuelo? ¿No vamos a ser capaces todos juntos, de borrar de nuestro PC los polvos que trajeron estos lodos y de reconstruir nuestras vidas sin prisa pero sin pausa, amoldándonos sin miedo a la austeridad presente, hasta que lleguen tiempos de bonanza… que llegarán? Lo que procede es mirar hacia adelante, esperar que estos nuevos aires que soplan en nuestra tierra vengan de la mano de personas eficaces, honestas y con sentido de la responsabilidad, y los que aún estamos sanos, unirnos al común esfuerzo, apretarnos el cinturón lo que haga falta, y reinventarnos una nueva, consciente y distinta, pero no menos hermosa, felicidad.

Por Elena Méndez-Leite

No hay comentarios: